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Manolo García en Fuengirola

Actualizado: 27 jun



Hace unos días estábamos viviendo algo único. Hoy desde Bermuda, escribo esto y lo comparto por acá, para quien le gusten las historias de viajes y conciertos.

 

Hace muchos años alguien me prestó un cassette de Manolo García, contenía su álbum debut como solista titulado “Arena en los bolsillos”, de donde se desprende la que es quizá su canción más reconocida: “Pájaros de barro”. Su inconfundible voz ya la había escuchado antes temas como “Sara” o “Como un burro amarrado a la puerta de un baile”, de su banda “El Último de la Fila”, canciones que habían sonado medianamente en la radio nacional. Más allá de eso, no se conoce mucho de su trabajo en Colombia y, al igual que Spinetta, es un tesoro de la música en español que permanece oculto para la mayoría, un artista que en su país es considerado “el poeta del rock”, porque además de músico y cantante, es escritor, pintor, fotógrafo y un verdadero disidente, con un discurso muy honesto y coherente.

 

El caso es que yo escuché y escuché ese cassette, lo copié en nuestro equipo de sonido, como se hacía en ese entonces (curiosamente, aún conservo esa copia). La verdad, me enamoré de esas canciones, de esas letras, de esa voz y de ese sonido que oscila entre lo rockero y lo flamenco.

 

A través de los años le seguí la pista y continué escuchando sus discos, la mayoría imposibles de encontrar, aún en las tiendas especializadas de música en Colombia. En Musiteca encontré el CD original de “Pájaros de Barro” (el cual aún está en la guantera de mi auto), luego me llegó una copia de su segundo álbum “Nunca el tiempo es perdido”, por medio de un amigo que vendía CD’s quemados con verdaderas joyas de la música, con carátulas impresas a color. Años más tarde, alguien también me mostró “Saldremos a la lluvia” y en adelante, con las plataformas de streaming, ya se podía escuchar fácilmente toda su colección. Solo recientemente, en mis visitas a puertos españoles, pude hacerme a la colección casi completa de sus discos en vinilo, aún me falta uno que es prácticamente inconseguible: “Los días intactos”.

 

Siempre que pensaba en qué artista realmente me gustaría ver en vivo, el primero y casi único que se me venía a la mente era Manolo García, pero al igual que pasa con muchos otros artistas, no es posible verlo en ningún otro lugar del mundo más que en su país natal. He venido siguiendo sus giras y todas son exclusivamente en territorio español, la última a la que estuve a punto de ir, fue cancelada por algunos problemas de salud que tuvo y que le impidieron dar conciertos por una buena temporada.

 

El año pasado se anunció una nueva gira y no lo pensé más, así que organicé junto a mi pareja, un viaje por tierras españolas, otra cosa que quería hacer hace mucho tiempo, pero sin duda, el punto de partida del viaje fue comprar las entradas para ver a Manolo en la ciudad de Valencia. Alrededor de eso organizamos nuestro itinerario al detalle, con todo lo que eso implica. El nombre de la gira no puede ser más acorde con su posición ante la vida y nuestro modo desenfrenado de vivir: “Cero emisiones contaminantes desde ya”.

 

Bien. La cita era el sábado 8 de junio a las 10 pm en la Plaza de toros de Valencia. Llevábamos ya una semana en España, habíamos pasado por Madrid, Sevilla, Cádiz; días soleados y calurosos, sin una gota de lluvia y ese día no era la excepción, pasamos el medio día en la plaza del ayuntamiento de Valencia, en el festival de la paella, degustando un buen puñado de deliciosas variantes de paella y disfrutando unas buenas cañas. Ese día, además, era muy importante pues celebrábamos una fecha especial. Al caer la tarde, nos acercamos al recinto y escuchamos desde fuera a la banda hacer su prueba de sonido. Todo estaba a punto para un gran show. Fuimos a comer algo y de un momento a otro, se vio un cúmulo de nubes negras posarse sobre la plaza de toros. Era Mordor. Empezamos a temer por la posibilidad de que la lluvia pudiese malograr el concierto. Aún así, la gente ya empezaba a llenar el recinto, se llegó la hora y sobre las 9 pm ingresamos al ruedo, con gran alegría y emoción. Compramos un par de cervezas, nos tomamos fotos, sentimos el ambiente muy animado. De repente, como si estuviésemos en una corrida, la gente empezó a corear “Olé” ante los temibles relámpagos que empezaron a caer prácticamente sobre nosotros. No íbamos ni por la mitad de la cerveza cuando empezamos a sentir las pesadas gotas caer, en menos de un minuto el cielo se quebró y sobrevino una tormenta que hizo que la mayoría de los asistentes salieran del lugar a buscar refugio en los pasillos de la plaza. Solo unos pocos con o sin sombrillas, se quedaron aguantando en el ruedo. Aún así, la gente en los corredores seguía con muy buen ánimo, cantando las canciones a coro y gritando “Manolo, Manolo, Manolo”.

 

La lluvia parecía mermar, pero volvía luego con más fuerza, quince minutos antes de la hora del show alguien anunció que esperarían un poco a que la lluvia cesara. Aún había esperanza. Nosotros nos mirábamos y como que no podíamos creer lo que sucedía, pero disfrutábamos con las ocurrencias de las personas alrededor nuestro. La gente igual parecía tranquila, seguramente muchos de ellos igual tomarían un taxi a sus casas o se irían por ahí a tomarse algo, nadie más, creo yo, había cruzado el charco para ver ese concierto, nadie más podía sentirse como nos sentíamos en ese momento.

 

Pasaban los minutos y ya nos acercábamos a la hora en que estaba programado el inicio del show, la lluvia no cedía. Solo unos minutos después, Manolo salió en persona y de una manera humilde, anunciaba que era imposible realizar el show de esa manera y que desafortunadamente, debían cancelar, alguien del público le entregó un ramo de flores y Manolo salió del escenario cantando unos versos de “Pájaros de barro”. Nosotros sólo pudimos verlo de lejos porque no permitieron a nadie ingresar de nuevo al ruedo, solo los que se quedaron aguantando pudieron escucharlo, por lo cual no entendíamos realmente lo que había dicho, solo empezamos a ver a la gente abandonar la plaza, buscamos a alguien de producción que al parecer no sabía tampoco nada, hasta que un par de minutos después nos confirmó la pésima noticia: el concierto se había cancelado y no habría, de momento, otra fecha en esa ciudad, el dinero de las entradas sería devuelto pero ya, fin de la historia.

 

La sensación que tuve en ese momento era de total incredulidad, pensaba que estaba teniendo un mal sueño, pero no, era real. Lo más absurdo era que ni bien salimos de la plaza, empezó a escampar y a la media hora ya no caía una gota de agua, pero si corrían unas fuertes ráfagas de viento. Nos decíamos que el concierto igual se hubiese podido realizar, aunque en el fondo sabíamos que para la producción de un evento así, no es tan sencillo, primero se debe garantizar la seguridad de todos los asistentes, el equipo técnico y obviamente, los artistas, solo unos días atrás había vivido algo similar con mi banda en un show en Estados Unidos el cual debió ser cancelado por tormenta. Así son estas cosas, pero cuesta mucho aceptarlo, especialmente si has viajado al otro lado del mundo para ver un show.

 

Solo momentos después, en un video de redes sociales, pudimos escuchar bien las palabras sentidas pero muy cómicas de Manolo, en medio de todo: “Hay mucho aparato eléctrico acá y no mola nada, si algo le pasa alguien, la liamos todos, hostia puta, ¡qué ganas de cantar!”

 

Esa noche para nosotros fue la más dura de todo el viaje, porque además habíamos organizado todo de tal manera que saliéramos de concierto justo a tiempo para tomar un bus a nuestro próximo destino, era el único trayecto en bus que habíamos planeado por la hora en que acababa el show. Tuvimos que llegar a esperar un par de horas en un desolado y decadente terminal de buses. En una banca, con mucho frío, sin poder dormir y con el ánimo por el suelo.

 

Empezamos a barajar posibilidades, pero en medio del bajón era difícil tomar una decisión. Volver más adelante en el año estaba complicado, además los únicos dos shows a los que hubiésemos podido asistir a fin de año ya estaban prácticamente agotados y solo quedaban unas cuantas entradas, lejos del escenario y separadas. No pintaba nada bien. Solo quedaba una opción, alargar el viaje unos días más, retrasar nuestro regreso al país e ir a verlo en la siguiente parada de su gira, en un lugar del que nunca habíamos escuchado nada, pero que curiosamente era posible según nuestro itinerario inicial. El lugar era Fuengirola, un pequeño pueblo frente al mar, ubicado entre Málaga y Marbella.

 

Igual, era otro concierto al aire libre, con el riesgo que eso suponía, una posible cancelación, de nuevo por mal tiempo. Difícil decisión. Después de 12 horas de sueño, en nuestra primera tarde en Barcelona lo decidimos y empezamos a hacer el tetris de alargar el viaje, bastante complejo y estresante por ser de última hora, pero logramos conseguir las entradas, cambiar los vuelos, ubicar hospedajes, coordinar todo en casa y todo lo necesario para ir a perseguir a Manolo García a su show en ese pequeño pueblo frente al Mediterráneo.

 

De Granada, que era nuestro destino final en el itinerario original, tomamos un tren a Málaga y descubrimos que el Cirque du Soleil estaba de temporada con su show “Alegría”, lo cual fue un grandioso bonus track. Pasamos un par de días en Málaga y alquilamos un auto para hacer el viaje por carretera hasta Fuengirola. La emoción volvió con toda, solo rogábamos por un buen clima y porque ninguna eventualidad malograra esta vez el concierto, medio en broma, medio en serio, pedíamos al cielo que Manolo durmiera bien, que no se comiera ninguna ostra en mal estado, que se abrigara y que estuviera de buen humor.

 

Entre una cosa y otra, surgió la idea de hacer un cartel para llevar al concierto con la esperanza de que Manolo lo viera. Yo nunca había hecho algo así, mi lado “fan” brotó en todo su esplendor y lo que parecía una idea tonta, terminó siendo algo maravilloso. El cartel decía: “Venimos de Colombia, fuimos a Valencia y hoy estamos aquí”.

 

El día del show, sábado 15 de junio, despertamos temprano para ir a recoger el auto al aeropuerto de Málaga. Fuimos a recoger nuestras cosas y antes de abandonar la ciudad, fuimos a visitar El Castillo de Gibralfaro, desde donde se puede tener una gran panorámica de tan hermoso puerto. Luego tomamos carretera hacia Fuengirola para recibir las llaves de nuestro hospedaje de esa noche y sin siquiera descargar maletas, decidimos seguir de largo hacia Marbella, lugar turístico por excelencia en España. Pudimos almorzar allí, en un restaurante argentino que era lo único abierto a la hora de la siesta, un almuerzo épico con botella de vino que nos dejó listos para recorrer el bellísimo pueblo y aventurarnos a darnos el último chapuzón en el Mediterráneo y jugar con las olas de las playas de Marbella.

 

De regreso, en Mijas vimos una playa nudista y como nunca habíamos tenido esa experiencia, decidimos parar ahí, había muy poca gente, el mar estaba bravo y no teníamos mucho tiempo ya para quedarnos a caminar, así que regresamos al auto, en todo caso fue otro nivel desbloqueado de los muchos que se dieron en esta aventura.

 

De regreso a Fuengirola nos alistamos rápidamente para llegar temprano al lugar del evento. Al lado de un bello castillo frente al mar, un imponente escenario anunciaba la temporada de conciertos “Marenostrum”, con artistas de todo tipo, desde Maná hasta Queens of the Stone Age, pasando por Pimpinela, Manu Chao, Mon Laferté, Julieta Venegas y otro buen número de personajes de géneros menos predilectos (España fue invadida por la “música urbana”).

 

Ingresamos y vimos el escenario listo al igual que hace ocho días, pero esta vez el cielo estaba despejado y nada parecía impedir que el show se llevara a cabo. En todo caso fueron momentos de ansiedad. Nos tomamos algunas fotos con nuestra pancarta y subimos una que para nuestra alegría fue compartida en el perfil del festival. Llegada la hora, alguien de producción entró al escenario con dos globos de astronauta (cosa increíble porque eran exactamente lo que teníamos en mente para un tatuaje, alguna vez), y era claro que habría sido un capricho de última hora de Manolo para antes de empezar el show. Los globos, en todo caso, no quedaron bien amarrados y salieron volando, uno se fue hacia el mar y otro quedó en el techo del escenario y nosotros solo pensábamos que ese podría ser un motivo para que el show se cancelara, el artista se molestaría y exigiría que consiguieran otros dos astronautas, y como si leyeran nuestros pensamientos, así fue, de nuevo salió el asistente de producción con otros dos globos y esta vez si se aseguró de amarrarlos muy bien para que no se volaran, ahora si, el show podía comenzar.

 

Y comenzó, pero no con todo el estruendo de un gran show, al contrario, fue saliendo uno a uno cada músico, primero un guitarrista tocando algunos acordes con onda funk, luego otro guitarrista, luego el bajista, se le sumó el baterista, luego el tecladista, otro guitarrista y fueron haciendo un jam relajado para re-chequear el sonido y por último, se les unió Manolo García en la guitarra acústica, sin mayor protocolo, todo muy distendido. Terminado ese momento, dieron inicio al show con el clásico “Insurrección” y todos los poderes activados. (Como dato curioso, el tecladista, corista y percusionista de la banda, es tocayo mío: Juan Carlos García. Es además miembro del Último de la Fila y podría fácilmente pasar por hermano de Manolo)

 

Al lado de nosotros había una pareja a quienes le contamos nuestra historia y ellos no podían creer que viniésemos desde tan lejos, lo mejor fue que en medio de una de las canciones el chico gritó “Manolo cabeza de huevo” y fuimos nosotros los que no podíamos creerlo porque así lo veníamos llamando en los últimos días, muchas bellas coincidencias.

 

Lo que ocurrió después fue alegría pura. Vimos a un señor artista, con una energía increíble a sus 68 años y un absoluto desenfado, diciendo mil ocurrencias, metiéndose entre el público a cantar, un artista verdadero y a pesar de que muchas veces ponía a sufrir a la banda porque olvidaba la letra, cambiaba las formas o alargaba los solos, la banda siempre estuvo ahí, bien parada. A veces esos shows tan lejanos de la “perfección” y el libreto bien ensayado, resultan ser más perfectos o por lo menos, más humanos y honestos.

 

Cantó muchísimas canciones de sus discos y algunas de El Último de la Fila, en alguna parte del show tomó los globos de astronauta y jugó con ellos, uno se le escapó y otro lo regaló a alguien del público.  En algunos momentos eran 9 músicos en escena, pues se sumaba una violinista y otro guitarrista, que también tocaba el laúd o bouzouki, a veces la mandolina también aparecía por ahí y en varios temas, una bella bailadora de flamenco complementaba el paisaje sonoro con majestuosidad.

 

Hizo “San Fernando” que fue casi la banda sonora de nuestro viaje, alargando el final como cinco veces. También hubo un set dedicado al sonido flamenco de su álbum “Desatinos Desplumados”. Hizo algunas otras grandes canciones como “Con los hombres azules”, “Somos levedad” y Rosa de Alejandría”. Yo no paraba de cantar y cantar.

 

Terminó la primera parte del show y Manolo dijo que se tomarían diez minutos para hacer pipí y tomar una cerveza. Nosotros nos habíamos ubicado un poco atrás, pero lo suficientemente cerca para ver todo cómodamente. Sin embargo, sabíamos que iba a ser imposible que desde el escenario vieran nuestra pancarta. Así que en ese momento aprovechamos que mucha de la gente salió a comprar alguna bebida o al baño y avanzamos hacia la primera fila. Se me ocurrió pegar la pancarta en la baranda que separa el escenario del público y con la ayuda de un par de personas muy amables, pude hacerlo. Pensamos quedarnos ahí un rato pero otra persona, ya no tan amable, me hablo en el más hostil modo español y me pidió que me corriera o que si no “la liaríamos allí mismo”, el hombre estaba visiblemente alcoholizado y estuvo a punto de golpearme, yo solo le dije que se calmara y que nos moveríamos para no incomodarle, lo último que queríamos era terminar en una pelea, nos corrimos un poco y encontramos un lugar donde algunas personas amablemente nos dejaron estar, prácticamente al frente del escenario, pero un poco lejos de donde había quedado la pancarta.

 

Cuándo regresó la banda para hacer el primer bis, Manolo agradeció a todas las personas que habían venido de otros lados a ver el concierto, pero hasta ese momento no había visto la pancarta que habíamos pegado enfrente suyo, sólo hasta la mitad de la primera canción de esa sección fue muy evidente cuando sus ojos se posaron en ella, produciéndole una grata sorpresa, lo mejor fue que los chicos que estaban al frente de la pancarta nos señalaron a nosotros y Manolo nos vio y nos regaló una gran sonrisa, pero la cosa no paró ahí. Para el siguiente tema, “Prefiero el trapecio”, justamente el primer tema que escuché en aquel viejo cassette, pues es el que abre el álbum “Arenas en los bolsillos” y sin duda, uno de mis favoritos; Manolo se bajó del escenario y empezando a saludar a las personas en el público se dirigió hacia mi y buscó mi mano entre muchas manos para saludarme efusivamente y a los ojos pude decirle “Gracias Manolo, te amo loco”, fue lo que me nació en ese momento. Sus canciones me han conmovido tanto y me han acompañado durante tantos años que puedo sentir verdadero amor por esa persona, aunque sea solo un extraño. Fue muy similar a haber conocido al Flaco Spinetta en su casa. Personajes de esos que te marcan, verdaderos “influencers”.

 

Antes de terminar el concierto, durante la primera venia y presentación de la banda, la violinista, que estaba al lado de Manolo, también vio la pancarta y gratamente sorprendida le dijo algo al oído, de inmediato, Manolo dijo: “gracias también a los amigos que vinieron desde Colombia, que viva Colombia”. Estábamos seguros que para ellos era algo verdaderamente particular y especial. No creo que les pase muy a menudo y nosotros no podíamos pedir más, para mi era un sueño cumplido.

 

Terminaron el concierto con una versión de “El Rey” de José Alfredo Jiménez y, cual si fuera el más juguetón de los guiños, terminaron con “La bamba”, del mismo modo que yo termino con mi banda los shows de “plancha” y que es herencia de los años acompañando al gran cantante colombiano Christopher. Me acordé de todos mis amigos y colegas músicos. Fue de verdad el mejor de los finales para el mejor de los conciertos. Quizá he visto muchos conciertos súper pulidos o espectaculares, pero este concierto para mi, es quizá el concierto más bello al que haya tenido la oportunidad de asistir y sin duda alguna, el más luchado.

 

La canción que acompaña esta historia se llama “Mientras observo el afilador, y era el tema que más esperaba que tocaran y justo en el momento en que, respondiendo a una pregunta que Manolo lanzó al público preguntando qué canción queríamos escuchar, yo pedí ésa en voz alta, y ésa fue la canción que tocaron a continuación, en ese momento, mientras cantaba a viva voz, era todo tan conmovedor que se me escurrieron las lagrimas, ¿No es eso algo maravilloso?

 

Una vez más: ¡Qué viva la música y que viva llorar de la emoción!

 

Gracias por tanto.

 



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